lunes, 27 de septiembre de 2010

Mistura: la comida, los peruanos, el orgullo y… ¿algo más?

Alguna vez oí de voz de un extranjero, ante el fracaso de la venta de unos inciensos para alimentar el alma, que “al peruano solo le interesa comer”. El despechado comentario me apuñaló el estómago: era casi medio día, y después de 8 horas sin probar alimento, la hora del almuerzo era casi un asunto de seguridad nacional.

De inmediato, el hambre desapareció, y comencé a preguntarme ¿realmente es esto cierto? Y pensando en la famosa feria Mistura, el costo de la entrada, las largas colas y la multitudinaria concurrencia me dieron la respuesta. Pues sí, es cierto, al peruano le encanta comer, y comer rico.

¿Alguien sabe por qué escogieron el color rosado para el logo de Mistura?

¡A comer!

Una nueva fecha de la “fiesta” de la cocina peruana acaba de pasar, con sus respectivas críticas y desasosiegos, así como con sus historias de éxito y sus vivas de festejo. ¡Pero qué gran error! No la llamemos cocina, por favor, llamémosla gastronomía. Suena más importante, nos hace más importantes y hace que nos vean más importantes.

Nuestra gastronomía nos ha dado un motivo, y vaya que uno muy grande, de sentirnos orgullosos. La diversidad de nuestros insumos y el colorido sabor de su preparación se ha ganado la reputación de una de las cocinas más deliciosas del mundo. ¿Pero qué más? ¿Hay acaso algo más que sobrepase nuestra necesidad de autoestima nacional?

A Gastón Acurio o a la misma Mistura no se le pide que cambien el panorama de la pobreza, de la desnutrición y del hambre que se vive en nuestro país, pero por lo menos se les pide que no contribuyan a enmascarar la realidad de nuestro país. Sí, tenemos la comida más rica y halagada del mundo, pero somos pobres. No solo se trata de comer, se trata también de alimentar

Nunca antes había visto que unos simples choros llamaran tanto la atención

¿Somos pobres, seámoslo siempre?

No solo en las provincias como Huancavelica o Puno, que ostentan los índice más altos en pobreza, sino también en la misma capital, donde los pobres trabajan para alimentarse una vez al día. La pobreza se ha convertido en una barrera social que impide que muchas de las miradas, que acosan nuestra comida, se vuelvan crítica, o autocríticamente, hacia ella.



Es una grave problemática que no debe seguir siendo ignorada ni mantenida al margen de ciertos informes que insisten en nuestro crecimiento económico. Tal y como lo menciona Farid Maktuk, lo que hacen estos estudios es tan solo medir la pobreza monetaria, pero no la pobreza alimentaria, es decir, de la canasta familiar. Y allí se evidencia la contradicción, ya que, al perecer, los peruanos tienen más dinero, pero comen menos.

El estudio es reciente, de agosto de este año, y muy pocos pueden decir que sabían de su existencia. Tal vez la razón de este desconocimiento, o encubrimiento, es que a un mes de Mistura, su divulgación puede haber sido contraproducente a las expectativas monetarias y de concurrencia a la mencionada feria de la gastronomía.

Entre esto y un ceviche de carretilla me quedo con el segundo.

Comida y, necesariamente, algo más

La fiebre de la gastronomía peruana, y del orgullo justificado y compartido que nos causa, no debe olvidar en papel más importante que la comida le debe dar al ser humano: comer, pero también, alimentar, sin tanta parafernalia ni algarabía. Lo importante es la calidad de la comida, del valor nutritivo que esta contenga.

Nuestra comida parece perfecta, pero ¿será lo suficientemente buena para no tener críticas? Todo en Mistura se ve muy rico y novedoso, pero ¿toda esa comida realmente “alimenta”? Es hora de que nuestra gastronomía comience a participar de manera más activa en la lucha contra la pobreza el hambre nacional.

Es ilógico e injusto pensar en el Perú como un país famoso por su cocina, pero que, al mismo tiempo, sea un país que se muere de hambre.

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