La magia del Cirque du Soleil
Cuando tenía 5 ó 6 años, muy probablemente a insistencia mia, mis papás me llevaron a un circo. Fue un fiasco total, me pareció la cosa más aburrida del mundo. Payasos que simulaban tristeza, animales que vivían en estado de depresión continua y un olor que hasta ahora no logro olvidar- una mezcla de parque de las leyendas con la línea de bus “S” repleta en hora punta- me hicieron pensar “primera y última vez”. Y efectivamente, desde ese día no volví a pisar algo parecido.
Hace dos semanas me encontré en la misma escena que hace ya casi veinte años. Papá, mamá y yo parados frente a la enorme carpa del Cique du Soleil, o Circo del Sol como prefieran llamarlo. Inmovilizados los tres como verdaderos turistas en Marte, nos dedicamos a observar a la gran cantidad de gente que esperaba para disfrutar de uno los mejores espectáculos del mundo.
Hace ya casi dos meses, nos enteramos de que esta empresa canadiense había decidido por fin visitar nuestro país.
-“Mamaaá, el Circo del Sol viene a Lima en Setiembre!...pero la preventa es sólo con Mastercard”, le dije resignada pero emocionada.
-“Por fin vamos a poder usar esa tarjeta que pagamos todos los meses y no nos sirve para nada, Lucho“, fue su salomónica respuesta.
De que en una semana se agotaron las entradas y tuvieron que abrir nuevas fechas ni nos enteramos. El día en que con papá fuimos a Wong a comprarlas, ni había cola y los sitios sobraban.
En fin, ahí estábamos parados los tres con cara de pánfilos frente a “La Gran Carpa”, denominada así por los “cirsolenses”, y como si estuviéramos tratando de recuperar todos los años perdidos, en tiempo récord ya teníamos: una canchita gigante, tres gaseosas, un hotdgot, un cabanossi (venia de regalo con la canchita), dos chocolates, mamá y yo nos pintamos las caras con estrellas y flores gracias al auspicio de Wong, dos packs de cuatro pines y dos cuadernos. Atiborrados de merchandising, podía sentir como los padres del consumismo moderno nos miraban orgullosos desde sus enormes mansiones e islas privadas en algún lugar del mundo...
De pronto, los altavoces anunciaron que era hora de entrar y menos de diez minutos, las cientos de personas que esperaban entrar se encontraban ubicadas en lo que asemejaba un mundo paralelo o una dimensión desconocida. Personajes salidos de cuentos que solo escuchamos cuando somos niños, se mezclaban e interactuaban con los tardones que desesperadamente buscaban sus asientos en la oscuridad. A las 9 en punto, había comenzado el show.
El nombre del espectáculo que estábamos a punto de ver es “Quidam”. Esta gran compañía tiene varios números en rotación durante todo el año y a diario llena teatros completos en su carpa permanente en la ciudad de Las Vegas. Quidam, que se estrenó en 1996, es una historia invita a que cada uno, como cuando éramos pequeños, la interprete como quiera
¿Quién es Quidam? ¿Un personaje? ¿Una expresión? ¿Una pieza del escenario? Poco importa para todo lo que recibimos en escena. Aplausos al iniciar la obra, aplausos durante el primer número, aplausos cuando cuatro increíblemente coordinadas niñas terminan con una envidiable precisión un número que no lograríamos realizar ni en nuestros más avezados sueños. Aplausos, aplausos y más aplausos provienen de todos los lugares de la carpa. Música en vivo, un juego de luces envidiable, precisión digna del mejor relojero suizo son sólo algunas cosas que se pueden ver en escena. El sentimiento de estar viviendo algo único es general. De pronto del techo se descuelgan personajes antropomorfos para después volver a subir y desaparecer, como por arte de magia, bajo el cielo circense.
Entonces lo inevitable pasó por mi cabeza ¿Pero si todo es cuestión generacional? ¿Si como yo a los 5 ó 6 años el circo es un espectáculo hecho solo para los no tan chicos? Mis dudas desaparecen por completo al ver que la niña sentada a mi costado no puede dar fe de lo que ven sus ojos y absorta, como toda la audiencia, parece haber visto materializadas sus más extrañas e increíbles fantasías . No cabe duda de que por espacio de dos horas, los espectadores de Quidam nos tele transportamos al universo paralelo en donde nadie es muy grande o chico para poder disfrutar la magia del circo.
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