Al fin llegué a Santiago, era mi tercera vez ahí, y como en las veces anteriores, tuve un inolvidable recibimiento cortesía del amable agente de migraciones.
-¿Por qué has venido?
-Para celebrar el Bicentenario.
-¿Estudias?
-Sí.
-Muéstrame tu carné de la universidad…
-¿Dónde te quedarás?
-En la casa de mi enamorado.
-Ah, ¿es chileno tu pololo? ¿dónde vive?...
Supongo que esa es la manera que suelen utilizar para tratar a los peruanos. Lo sé no solo porque lo he pasado, sino también porque lo he visto. Pero al margen de ese desagradable episodio fui hasta allá para ser parte de las celebraciones, para pasarla bien. Y así fue.
El día más esperado por los chilenos estaba por llegar: al fin se celebraría el Bicentenario; doscientos años pasaron de la emancipación de Chile, doscientos años de vida republicana, doscientos años de aciertos y desaciertos en el gobierno, pero doscientos años al fin y al cabo.
La ciudad de Santiago se preparaba para recibir a miles de compatriotas que viajaban desde Arica, La Serena, Temuco, etc. con el solo propósito de vivir el bicentenario, ser parte de él. Eran las 11 de la noche del miércoles 15, a vísperas de la celebración principal, y el holograma de Condorito recibía en La Moneda a la gran masa de gente curiosa que se acercó para ver la prueba de luces de lo que sería el majestuoso espectáculo “Pura Energía. Puro Chile”, que se llevaría a cabo al día siguiente a la medianoche.
La Moneda
La Moneda
Llegó el jueves y la multitud ya se estaba animando, los negociantes levantaron las ramadas o fondas, aquí serían algo así como ‘chinganas’, que se abren en sitios desocupados y con material rústico específicamente para celebrar las fiestas patrias. Estas fondas son muy concurridas por gente de todos los rincones que va solamente para bailar una cueca o una cumbia y compartir con los amigos su famosa piscola acompañada de los anticuchos y empanadas.
-Cony me animó para ir a la fonda del parque O’ Higgins, ¿vamos?- Le dije a mi enamorado.
-Tay’ loca, ahí solo va gente rasca y si vas tení que cuidarte de los flaites.- Me dijo.
Eso parecía ser una constante, a pesar de que las fondas que se arman en el parque O’ Higgins son las más concurridas en la capital, son también las más discriminadas por los universitarios de clase media-alta, pues la identifican con gente ‘chusca’ que no solo va a divertirse sino también a robar. Por eso, si es que se quedan en Santiago, que no es muy común, prefieren ir a las ramadas en el parque Inés y en la Plaza Los Dominicos. Estas sí son visitadas por la gente ‘cuica’, en pocas palabras, de plata.
Entre que algunos eligen quedarse en la ciudad y otros deciden emigrar, se podía ver cómo la gran mayoría de los santiaguinos corrían hacia los centros comerciales para comprar provisiones para el fin de semana largo. La cámara de diputados había anunciado feriado del 17 al 20 de septiembre y ningún establecimiento podía abrir en esos días. Por eso la gente llenaba los supermercados para comprar lo más demandado: la carne para los asados, o parrilladas como se conoce en Lima.
Mis amigos y yo optamos por pasar las fiestas en Algarrobo, ciudad a más de una hora de la capital, sin imaginar el tráfico que se formaría alrededor del mediodía. Parecía que todo el país estuviera yendo al mismo lugar que nosotros. El viaje me pareció interminable, estaba cansada, el sol estaba en su máxima expresión y la ansiedad por llegar al lugar crecía.
Una vez en Algarrobo nos acomodamos en una cabaña frente al mar. Éramos nueve personas con provisiones como para todo un ejército y después de devorarnos el asado y tomarnos unas piscolas enrumbamos hacia las fondas.
Las fondas estaban rodeadas de paja, eran sencillas pero con el suficiente espacio como para acoger a cientos de individuos. Algunas tenían escenario donde los artistas cantaban y bailaban la cueca y otras danzas típicas. El techo provisorio estaba hecho de hojas y estaba decorado con banderas chilenas de regular tamaño. Eran las once de la noche y hasta el momento solo había gente mayor.
Fonda en Algarrobo
A partir de la una de la mañana llegaron los universitarios, eran unos dos mil, calculo. Aunque según el informe de carabineros hubo un total de siete mil personas que decidieron terminar en Algarrobo para pasar las fiestas.
Era imposible caminar y hasta nos perdimos en el mar de gente, pero al final las pasamos bien. El viernes fue el día más esperado pues a la medianoche se celebrarían los doscientos años. La mayoría de la gente se había vestido con el traje típico de la cueca, las mujeres con un vestido blanco y los hombres con sombrero. Las personas estaban eufóricas, bailaban, gritaban y muchos de ellos cantaban el himno nacional. Nunca antes había visto tanta alegría junta.
Al día siguiente la celebración continuaba, todos habían bajado a la playa y ni las heladas aguas del mar impidieron que los resaqueados chilenos se dieran un chapuzón. Por lo demás, las personas seguían festejando, andaban con su bandera amarrada en la cabeza, vestidos con el polo de la selección de fútbol. Era muy común oírlos cantar el himno en pleno malecón.
Fue un fin de semana inolvidable, aprendí muchas de las costumbres que se siguen por fiestas patrias: No se puede hablar de una celebración sin que haya un asado, y para acompañarlo las infaltables papas mayo (que son básicamente papas y mayonesa) y para tomar, primero el ponche (vino blanco mezclado con duraznos en conserva) y las infaltables piscolas, con pisco chileno por supuesto.
El domingo por la mañana el panorama se despejó un poco, la mayoría se despejó un poco, la mayoría de la gente se regresaba a Santiago. A pesar de que el lunes era feriado, sabían que si no se iban ese mismo día a la mañana siguiente se encontrarían con el terrible tráfico con el que llegaron.
Yo también regresé, pero al aeropuerto, y antes de abordar el avión los anfitriones de la aerolínea me despidieron con un baile típico chileno como para dejar en claro su gran amor por su patria. Con este viaje pude darme cuenta de lo mucho que valoran sus costumbres y de lo bien que uno la puede pasar.
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