En agosto del próximo año se cumplirán 10 años desde que dejé el colegio La Salle de Lima. Nada interesante, sino fuera porque serán 10 años desde que salí de un aula histórica dentro de este colegio. En esas mismas carpetas donde alguna vez Salomón Lerner Febres o Ántero Flórez Aráoz se sentaron, fui uno de los miles de pupilos del Hermano Alberto Peinador Martín, tutor del 5to “A” por más de 70 años ininterrumpidos.
Hoy, el Hermano tiene casi 94 años de edad y dos complicaciones al corazón que sufrió en plena clase. Se siente el eterno alumno, porque desde que llegó al Perú, jamás dejó el 5to “A”. Hasta hoy se hace poner en lista y tiene una carpeta destinada para él, que usa cuando sus alumnos regresan a, en sus palabras, “darle clases de cómo les ha ido en la vida”.
Algunos regresamos en agosto de este año a verlo, pero estaba muy ocupado con otros alumnos, cuya promoción cumplía 50 años de haber egresado. En este año ocurría algo muy curioso: el abuelo, que había sido su alumno de joven, traía a su hijo, también exalumno, y a su nieto, también exalumno. Ellos no son los únicos, pero así hay muchas historias en la mente de Germán Peinador, un español nacido en Palencia el 31 de diciembre de 1916 y que llegó a su verdadera patria en la década de los 30 y que en el Perú tomó el nombre de Alberto, como es la tradición de los hermanos de La Salle cuando empiezan una misión.
La gran memoria de un gran hombre
Con tantas luminarias que han pasado por sus aulas, no creemos que nos recuerde. Mi promoción, todavía no ha tenido ningún logro. No tenemos los galeones de congresistas, literatos o renombrados empresarios. Pero el nos ve y nos saluda con una gran sonrisa. Nos estrecha la mano y nos llama por nuestro apellido. “Siempre me acuerdo de todos mis alumnos”
Saca de su viejo maletín un libro grueso de color verde, lleno de páginas escritas con su puño y letra. “Aquí tengo anotados sus nombres y lo que han hecho con sus vidas.” Algunos no le han creído, pero los de promociones más antiguas nos ponen la mano sobre la cabeza, como lo harían con sus pequeños hermanitos, y nos dicen con voz seria:
- Dice la verdad: ahí está lo que tú eres.
Es uno de sus tesoros más preciados, porque sus alumnos son como sus hijos. Cada año son 40 los elegidos aleatoriamente para departir con él todas las mañanas la reflexión del día y dos cursos: filosofía y religión. Pero no son eso. Son clases de vida, donde frases como “nunca olvidaremos lo que aprendemos con cariño” o “ser voz de los que no tienen voz” se nos quedan grabadas en la mente como herramientas para hacerle frente a todo.
Las locuras de un viejo amigo
El es español de nacimiento, pero se siente un peruano más. Canta el himno nacional como si hubiera nacido en esta tierra, golpeándose el pecho y gritando los goles de Cubillas. En sus palabras: es un peruano de corazón. Pero más aún, lo que lo hace más cercano – o más loco – es que es “arequipeño porque le da la gana”.
Cuando llegó al Perú, no lo hizo directamente a Lima, sino que se embarcó hacia la Ciudad Blanca para participar en las primeras misiones educativas de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en suelo patrio. Allí se fundió con la cultura arequipeña, quedándose con su terquedad, pero, a su vez, con su sabia palabra.
Y así fue como adquirió su “locura”: aquella que lo ha hecho tan querido por todos nosotros, sus hijos “putativos”. Aquellos que hemos estudiado en un colegio de hombres sabemos a qué se refiere.
40 alumnos los elegidos. 41 con él. 43 con el bote de basura y con el armario, con quienes tiene discusiones filosóficas acerca de cómo aplicar el pensamiento humanista para ser un verdadero hombre de bien, que se debe a la sociedad, a la cual se integra con un rol, que es su profesión. Toda una clase hablando con estos objetos inanimados, dándole la espalda a los alumnos, les ha servido más a todos que aprender acerca de tendencias filosóficas o por qué debemos creer en Dios.
“Era una cosa de locos, algo que sólo él podría comprender”, nos comenta Ántero Flórez Aráoz, en una conversación que tuvimos hace tres años, cuando por encargo de la revista Gente le hice una entrevista sobre nuestro profesor. “No lo entendíamos, pero lo que nos quería decir cuando hacía estas cosas era hacernos entrar en razón. Porque en su locura, todo tenía un objetivo: hacernos dar cuenta de que la sabiduría está en vivir bien y, sobre todo, pensar. Es el loco más cuerdo que existe”.
“Éramos jóvenes y todos hombres. Habíamos crecido juntos: era obvio que queríamos reír y burlarnos. Pero él, con estas actitudes, nos enseñaba de la mejor manera: no con lecciones ni con notas, sino con acciones y actitudes. Eso fue lo que nos ha quedado toda la vida y por eso regresamos: porque nos enseñó a ser hombres de bien hablándole a un tacho”, dice Carlos Zegarra, Secretario de la Unión Mundial de Antiguos Alumnos de La Salle.
Hoy somos lo que debimos haber sido
Han pasado 10 años desde que salí del colegio y, ad portas de terminar la universidad, recuerdo sus palabras sabias. Mañana seré lo que yo debo ser, sino seré nada, como nos lo dijo el libertador Don José de San Martín antes de declarar la independencia. Seremos voz de los que no tienen voz cada uno de nosotros cada vez que tengamos presente que debemos estar de acuerdo siempre con nuestra integridad de pensamiento.
Quizá sea un poco raro regresar después de varios años y reencontrarnos con él. Quizá compartiremos una clase más, donde el nos recordará por qué fuimos escogidos para estar en ese colegio y cuál es nuestro deber. Encontraremos, como lo hacemos cada cinco años, el rumbo para entender más nuestra misión.
Otros grandes lo hicieron y regresan a conversar con él en su cumpleaños. Toman un pequeño café y él, como profesor y amigo, aconseja qué camino seguir. En sus ojos se ve que todavía no está cansado y que seguirá dando clases hasta el último día de su vida.
¿Qué hombre podría darse el lujo de decir que tiene más de tres mil hijos?
"Loco es aquél que pierde todo, menos la razón", es una frase que siempre recuerdo de él. Salí de La Salle el 93. Me gustaria visitarlo, sabes dónde vive ahora? Saludos,
ResponderEliminarEduardo Rezkalah