Sin pretensiones políticas
Cuando el día más aburrido de la democracia se convierte en algo más que esperar el flash electoral.
Déjenme admitirlo, aunque quede al descubierto mi poco compromiso político. Me aburren las elecciones. He dicho. Tal vez por ser siempre un domingo, el día de elección es el momento más estresante de todos los gobiernos. Para empezar, son obligatorias, o sea que si no eres un privilegiado tendrás que levantarte temprano por compromiso, estancarte en el tráfico camino a tu “colegio”, dudar por última vez frente a tu cédula y regresar a casa con el dedo morado.
¿Otro año esperando tirada sobre el sofá esperando flash electoral? Pues no. Probemos algo diferente.En un principio traté de ser personera de alguna agrupación política de mi distrito. Al final ninguno me convenció. Así que puse todas mis esperanzas en poder salir elegida como miembro de mesa, y si era posible, titular más que suplente. Pero nada.
Convencida de mi convicción apolítica, se me ocurrió postular a la ONPE o al JNE, esas instituciones muy reconocidas, pero las convocatorias estaban fuera de tiempo. Y, casi ya resignada, una amiga me cancela el almuerzo diciendo: me voy a una reunión de Transparencia.
¿Cómo no se me había ocurrido? La decisión estaba tomada: seré voluntaria.
La convocatoria
A través de la web me inscribí para participar como observadora-veedora de la Asociación Civil Transparencia a manera de voluntariado, lo que en un principio significa tener que invertir tiempo, dinero y esfuerzo a cambio de nada. Ya en la capacitación, los coordinadores se encargan de ponerle toda la carga de responsabilidad, mucho más si te dicen que Transparencia será la institución oficial para dar los resultados de estas regionales y distritales. Será.
Faltando dos semanas para las elecciones, me llega un mensaje de texto al cell y me invitan a la primera reunión. La verdad es que yo tenía la esperanza de poder hacer mi papel voluntario fuera del distrito, solo para hacerlo más interesante y no tener que encontrarme con nadie conocido. Pero no puede falsear mi dirección a tiempo, así que la cita tendría lugar en algún lugar remoto de mi distrito: Carabayllo.
Aparte de ciertas normas conocidas por todos, la mayoría de las cosas tenían que ver con el sentido común: íbamos a ser observadores o veedores, así que nuestra labor se limitaba a “observar”, a “ver”. Esto significa que no intervenimos en el proceso más que reportando los datos, las incidencias y los resultados de las regionales de Lima a través de un mensaje de texto. Sí, sí, por celular.
Intento de capacitación
Nuestra labor parecía sencilla: llenar dos formularios y enviar los resultados a través de un sms. Sí, por celular. Los formularios se completaban a través de alternativas, cada una de las cuales generaba un número. En conjunto, los números constituían un preciado código que debía ser transmitido a la brevedad. El recibimiento debía ser confirmado en la central de Transparencia, quien te mandaba un OK o LOS DATOS LLEGARON CORRECTO. Para este propósito, a cada uno se le cargaría un saldo de 3 soles a su celular.
En la víspera, todos estaban listos. El sábado 3 de octubre éramos aproximadamente 15 voluntarios, observadores y, además, veedores. ¿La diferencia? El primero solo observa, el segundo genera un informe. En nuestro caso no podíamos designar las responsabilidades por separado. El distrito tiene casi 150 000 habitantes y a cada colegio se le asigna 1 o 2 observadores-veedores, dependiendo de la carga de votantes que recibe.
Pero nada parecía desanimarlos. Todos lucían optimistas, dispuestos a ejercer su labor democrática. Yo, por mi parte, estaba dispuesta a asegurar un domingo entretenido.
“Hoy serás voluntaria” Comienza la acción… y los problemas
A las 6 de la mañana suena la alarma. Es extraño. Es domingo. Cuando intentaba dormir unos cuantos minutos extra, el coordinador me llama. Parece que ha amanecido en la oficina. “Fiorella, levántate, es el día”. “¿Día de qué?” Le respondo. “¿Cómo que de qué?”. No, no es un sueño, y comienzo a arrepentirme de pasar otro domingo sumida en el aburrimiento.
Reunidos todos en la oficina, los coordinadores nos dan las últimas indicaciones y el refrigerio que Transparencia ha enviado a todos sus voluntarios: 2 botellas de agua, una de gaseosa, una galleta soda y un chocolate. Vestidos de azul y correctamente identificados, nos entregan un sobre con dos formularios y un lapicero. A mí y a otro voluntario nos toca el colegio Ciro Alegría, un colegio grande. Ubico mi mesa, empieza la acción.
Son las 8 de la mañana y el tercer miembro no llega. Todos deciden esperar media hora más. Pasa el tiempo y nada. Resignación. El suplente asume el cargo. Comienza la instalación de la niveles y.esa, pero la presidenta está perdida. Un lío de actas, cédulas y hologramas se arma justo cuando comienzan a llegar algunos personeros. Luego, las quejas: “no nos dejan firmar”, “están votando sin llenar el acta”, “señorita haga algo”.
En la puerta, los votantes comienzan a quejarse por la demora. Luego del alboroto, al fin la mesa está instalada. Comienza la votación, y el naufragio de los electores. El “Ciro” tiene 4 niveles, y en cada nivel varios pabellones. Es fácil perderse tratando de buscar la mesa correspondiente. Y ni hablar de los más despistados a quienes les tocaba votar en otro lado.
Un momento… ¡tengo que ir a votar!
Los colaboradores de la ONPE y JNE, designados para dar información, no se daban abasto para atender los electores que los rodeaban impacientes. Al asegurarme de que la actividad en mi mesa había llegado a un punto en que todo parecía estar controlado, decidí abandonarla y me sumé al arduo trabajo de los chicos.
¿Nunca han sentido el placer de ayudar a otros? Yo sí, mucho más cuando sabes algo que otros no saben pero que necesitan saber. Hice un pequeño recorrido por las mesas de mi pabellón, las apunté y comencé a ofrecer mi ayuda, hasta que no necesité hacerlo: la gente ya venía por su cuenta. Mi método resultó efectivo, ante el asombro de un coordinador de la ONPE que me preguntó: “¿Has pensado postular como colaboradora para las elecciones nacionales?”.
Animada por mi labor voluntaria, y por las tentadoras ofertas de trabajo, estuve a punto de olvidar mi compromiso como electora. Tomé mi descanso de almuerzo para emitir mi voto. Lo admito. Frente a mis cédulas de votación, no pensaba más que en regresar y seguir ayudando a la gente. A pesar de que el tráfico de regreso fue un desastre, logré volver al colegio, con el dedo morado.
Un cuarto para las 4 pm
A medida que se acercaba el cierre de la votación, las caras de los electores se tornaron de perdidas a asustadas. El final estaba cada vez más cerca, y la cantidad de personas sobre el patio comenzaba a aumentar. La situación se agravaba, y los casos eran cada vez más anecdóticos: una chica con varicela, una señora con sus cuatro hijos, varias personas con muletas que votaban en el último nivel, abuelitas que apenas podían sostenerse por sí solas, etc.
Eran casi las 4pm cuando una señora me pide que la ayude a buscar su mesa, al mismo tiempo que me muestra su libreta electoral de tres cuerpos. El número de libro, equivalente al número de mesa en el DNI, era irreconocible. Luego de intentar dar con algunos de los números del final del código, empezamos a buscar por las mesas de mi pabellón. Pero todo es en vano. “Señora, tendrá que pagar su multa”.
Era las 4pm en punto. La votación ha terminado, lo más difícil está por comenzar.
El conteo de los votos
Sin importar cuán preparados o no estén los miembros de mesa, el escrutinio de los votos siempre es un reto. El proceso de conteo y la validación de los votos estaba bien vigilado por 7 personeros, y los miembros de mi mesa se sentían acosados. El problema estaba en que todos decidan la mejor manera de conteo. A pesar de que en la capacitación les indicaron la forma, los miembros propusieron otra manera de hacerlo.
La experiencia dice que hay que esperar hasta 4 conteos, este no era uno de esos casos Los personeros fueron de gran ayuda al corroborar el resultado, y solo se necesitó un conteo. A diferencia del primer reporte enviado en la mañana, el que tuve que hacer a través del teléfono porque el sistema se había saturado, esta vez sí logré enviar mi sms y recibir la confirmación.
Me quedé con las ganas de saber el resultado del referéndum, aunque estaba cantado de que ganaría el sí. Los miembros de mi mesa se quedarían para confirmarlo, terminar de llenar las actas y preparar las ánforas para su regreso a las oficinas descentralizadas de la ONPE. Mi labor había terminado.
Fin del proceso: celebraciones y promesas
De regreso a la oficina de reunión, los coordinadores nos dieron la respectiva felicitación, y uno que otro voluntario contaba las cosas más locas que la experiencia les había dado. No es que no tenía que contar, sino que el dolor en pies me mataba. Pero, no sé a quién se le ocurrió ir a un karaoke para cortar la “ley seca”, y la molestia se me pasó.
La experiencia fue interesante. Logré mi objetivo. Tuve un domingo entretenido, pero a la vez cansado. Entre tragos y una que otra canción, por fin dejamos de hablar de las elecciones, hasta que alguien preguntó:
- ¿Y cuándo comienzan las capacitaciones para las elecciones generales?
Pero esa, ya es otra historia.
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